Elegir el mejor juguete no es tarea fácil y, en la mayoría de los casos, no se logra el objetivo central que él tiene en las manos de un niño. Muchas veces se prioriza fundamentalmente el regalo solicitado sin contemplar el análisis del mismo: si es el adecuado para su edad, si es constructivo a nivel social, si es simplemente recreativo o si -al mismo tiempo- contribuye a la formación de cada individuo. Generalmente suele obsequiarse un presente solo por el compromiso de hacerlo, sin tener en cuenta ninguna de las cualidades anteriores con lo que, muchas veces, termina siendo un juguete obsoleto que se olvidará en el fondo de algún cajón.
Al momento de elegir un buen juguete hay que valorar diversas alternativas como conocer qué es lo que a cada niño le gusta o le llama la atención y tener en cuenta que si hay determinadas actitudes que no son la más apropiadas en la conducta de cada niño, es bueno un juguete que no contribuya a ponderarla o acrecentarla, sino que es conveniente un juego opuesto que pueda contribuir a modificarla.
Hay que recordar que un objeto lúdico no es bueno ni malo en su naturaleza intrínseca, sino cada juego es un objeto inanimado, y que mediante la interacción que cada niño haga del mismo será el resultado que va a tener en el crecimiento intelectual y en el desarrollo social; es por ello que conviene siempre pasar momentos de juego con el niño, en especial cuando el juguete es nuevo para marcarle el camino a seguir así después podrá realizar el juego libremente, llevado por su imaginación, pero con un camino arado de enseñanza.
También es preciso saber racionalizar los juguetes sabiendo que no siempre es necesario que todos los juegos sean educativos ya que se podría incurrir en el aburrimiento, pero tampoco todos solamente recreativos porque no se lograría el crecimiento. Por eso es preciso lograr un equilibrio entre las distintas opciones para lograr una pluralidad al momento de recrearse.
Y siempre recordar que cada juguete que se regale no trae en su interior la enseñanza incorporada y que al ofrecérsela al niño, esta actuará mágicamente para que evolucione aún más. Como proponía Charles Darwin, “los caracteres adquiridos no se heredan”. Se enseñan.